Este acontecimiento histórico unificó a diferentes países en favor del proceso independentista americano
El Perú era el objetivo. Las costas sureñas de ese territorio agreste constituían el umbral por el cual las causas independentistas y los ideales revolucionarias podían consolidarse, así lo comprendió el general José de San Martín, quien luego de liderar las Juntas de Gobierno en lo que ahora es Argentina, se dirigió hacia Valparaíso, en Chile, en busca de apoyo económico y humano que sumara fuerzas a la cada vez más robusta expedición independista.
Es así que, con el apoyo del general Bernardo O’Higgins y el ejército chileno, desembarcan en la Bahía de Paracas el 8 de septiembre de 1820, convencidos que lograr la independencia de la entonces colonia de España era la pieza estratégica para liberar a toda América del Sur del autoritarismo español.
El historiador José de la Puente Brunke sostiene que San Martín llegó a las costas sureñas peruanas con solo 11 navíos y algunas embarcaciones menores, a la par lo recibieron aproximadamente 4 mil personas, entre peruanos libres sedientos de independencia y esclavos que huyeron en busca de libertad.
Y es que para 1820 se habían tejido ya diversos movimientos que intentaron oponerse a los maltratos y abusos de la corona española. Desde ‘La gran rebelión’ de Túpac Amaru II, en 1780, hasta la gesta libertaria de Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo, en 1814.
El historiador Jorge Basadre avizoró otro relato de la historia del Perú: si la rebelión de los hermanos Angulo, en Cusco, hubiera tenido éxito tendríamos una independencia que habría implicado un país eventualmente más integrado.
Pero, volviendo a la expedición independentista del sur, conforme esta fue abriéndose paso por el territorio sudamericano, argentinos, chilenos, paraguayos, uruguayos, bolivianos y peruanos, entre gentes de otras naciones, se unieron a la causa conscientes que lo que los integraba era la patria americana: la tierra de mestizos, criollos y pueblos originarios.
Al sentir la amenaza independentista cerca, el virrey Joaquín de la Pezuela envió emisarios para conversar con el general José de San Martín. Los representantes de ambos se reúnen en lo que se denominó la Conferencia de Miraflores, en ella San Martín expuso sus intenciones de convertir el territorio peruano en un proyecto de monarquía constitucional, mientras que el virrey se limitó a aceptar la Constitución de Cádiz, aquella que igualaba en derechos a mestizos y españoles.
Esta reunión no tuvo ningún resultado fructífero, por lo que el ejército independentista continuó su camino para unir fuerzas a su causa. Aun con la desaprobación de muchos peruanos, quienes estaban cómodos con ser colonia, diversas voces empezaron a sentirse y a combatir hasta la muerte; no solo al unísono varonil, los gritos de libertad como los de María Parado de Bellido se alzaron en busca de redención y justicia.
En 1820 se realiza la primera proclamación de independencia en la provincia de Huarua; pero, es el 9 de julio de 1821, con el virrey José de la Serna recluido en los andes, que el general José de San Martín ingresa a la ciudad de Lima, símbolo de la corona española en América.
Ahí, el 28 de julio de 1821, al lado del ejército libertador, altos prelados de la iglesia Católica, diversos intelectuales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y, según los cronistas, 16 mil personas, va a proclamar, flameando el boceto de bandera, San Martín proclamó la independencia del Perú:
“El Perú desde este momento es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. Viva la patria, viva la libertad, viva la independencia”, fueron las palabras cúspides de un largo proceso revolucionario.
Palabras que se materializaron tras la Batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, cuando el virrey interino Pio de Tristán acepta la capitulación y reconoce la independencia de la naciente patria peruana.
Hoy, 200 años después de ese 8 de septiembre histórico, aún continuamos intentando construir un proyecto de país que unifique a todas las sangres de esta nación. En ese sentido, el Proyecto Especial Bicentenario prepara la segunda edición de Cátedra Bicentenario que, a través de clases magistrales y mesas de debate, tiene el objetivo de generar un espacio académico para responder la gran incógnita de cómo podemos construir un ‘nosotros’: una identidad cohesionada como país.