¿Por qué ‘terruqueamos’ los peruanos?

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¿Por qué ‘terruqueamos’ los peruanos?
Foto: Taringa.net

Pica News conversó con distintos científicos sociales para conocer el trasfondo del cotidiano acto de invocar un periodo de violencia histórico para descalificar al otro, muchas veces sin fundamento

Un nuevo proceso electoral en el Perú ha iniciado y con él ha resurgido o “agudizado” un viejo y nocivo hábito entre los ciudadanos: el ‘terruqueo’. El calificativo que alude a aquella histórica herida –aún por cicatrizar- lanzado sin miramiento incluso contra aquellos que se hallan contrarios a cualquier acción violenta. Por eso, de la mano de científicos sociales, Pica News complejiza esta suerte de fenómeno social para explicar sus orígenes y objetivos.

Ser terrorista en el Perú
Antes de escribir sobre el tema, lo que es en su obviedad ‘terruquear’, es decir tildar de terrorista a alguien, lo primero es definir el concepto. ¿Qué es? ¿Y qué lo convierte a uno en eso? Para esto, el antropólogo Gerardo Saravia recomienda abandonar el plano de las subjetividades y acudir al marco legal para definir el término.

Aunque no existe consenso unánime en el plano internacional sobre la definición de terrorista, la ley peruana tipifica como terroristaa aquel que “provoca, crea o mantiene un estado de zozobra, alarma o temor en la población o en un sector de ella”. Esto se perpetúa a través de actos contra la vida, el cuerpo, la salud, libertad y seguridad personales o contra el patrimonio. “El componente clave, sin embargo, es la violencia política”, aclara.

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Es durante el Conflicto Armado Interno (1980-2000) que la palabra se introduce y se genera una normativa antiterrorista. Un día antes de su muerte, el periodista Willie Retto, uno de los ocho hombres de prensa asesinados en Uchuraccay el 26 de enero de 1983, escribe en una carta lo que probablemente sea el registro más antiguo de una de sus abreviaturas: “dicen que esa zona es liberada, o sea zona de sendero, ‘terrucos’, como aquí les dicen”.

Foto: CVR
Willie Retto, reportero gráfico del diario El Observador, al lado derecho de la fotografía.

El dato lo publica el historiador Carlos Aguirre en su artículo “Terruco de m… Insulto y estigma en la guerra sucia peruana”, publicado en 2011. “Si bien es claro que fueron los militares quienes acostumbraron  a la población de Ayacucho a referirse como terroristas a los miembros de Sendero Luminoso, no se sabe si fueron estos los que convirtieron la palabra a “terrucos” o si fueron los militares los que lo hicieron”, detalla Saravia.

Es en ese escenario de violencia que nace lo que hoy conocemos como ‘terruqueo’. El historiador y docente de la PUCP, Carlos Contreras Carranza, comenta que, si bien antes de este periodo existieron actos que “podríamos calificar de terrorista”, no tuvieron la magnitud, el significado y la extensión de lo que ocurrió esas décadas. “Desde el siglo XIX ha habido asesinatos políticos en el Perú, pero fueron episodios más o menos aislados”, anota.

Por ejemplo, detalla, al APRA se le acusó de algunos asesinatos políticos como el del director del diario El Comercio, Antonio Miró Quesada; el asesinato del presidente Luis Miguel Sánchez Cerro, y del que era director del diario La Prensa, Francisco Graña Garland. Muchos sin comprobar y otros, aunque a manos de simpatizantes apristas, no se “probó que el partido hubiera ordenado la ejecución”. “Fueron episodios puntuales, aislados”, explica.

Durante el Conflicto Armado Interno (CAI), entonces, tildar de terrorista a un ciudadano era acusarlo de ser miembro o de Sendero Luminoso o del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y aquello, para las fuerzas del orden, era “tener la potestad para torturar y aniquilar en defensa de la patria y la democracia”, indica Saravia. Empero, el ‘terruqueo’ también “se extiende” a decir que alguien es defensor o simpatizante de terroristas, que “los favorece o es tonto útil de ellos”.

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Sujetos en la mira
“Senderista” fue sustituido por “terrorista” y esta palabra con el tiempo fue sinónimo de “ayacuchano”, que a su vez equivalía a cualquiera que fuese indio o mestizo, anduviera mal vestido, usara deficientemente el castellano, etc. Decirse ayacuchano era admitirse incurso en la ley antiterrorista”, escribió el historiador Alberto Flores Galindo en su artículo “Pensando el horror” en 1985.

En 1933, a la salida del Hipódromo de Santa Beatriz, fue asesinado el presidente Luis Sánchez Cerro. Se acusó al APRA pero nunca se esclareció el caso.

Hoy, 35 años después, el espectro de ciudadanos que oye, ve o siente el alcance del dardo de la palabra es incluso mayor. El historiador Carlos Contreras Carranza explica que, en la medida que los grupos subversivos de izquierda de los años ochenta profesaban el marxismo-maoísmo [Sendero] y marxismo-leninismo [MRTA], el situarse ahora en el espectro de izquierda y abrazar estas ideologías lo expone a uno al ‘terruqueo’.

“Hay una exposición a ser ‘terruqueados’ por la asociación que puede haber aunque no necesariamente lo sean: alguien puede ser marxista o maoísta y no ser terrorista. No todos los marxistas o maoístas van a ser terroristas. Pero hay esa asociación o esa asociación los complica”, apunta. Sin embargo, aunque uno no converja con un ideal de izquierda o, por otro lado, no cometa un acto terrorista, la documentación revela que no escapa del estigma.

El analista político Luiz Carlos Reátegui observa que una persona puede ser ‘terruqueada’ también cuando aboga por una propuesta que va en contra del ‘establishment’. “El objetivo es desacreditar. Lo que suele hacer la contraparte para menospreciar es ‘terruquear’: incentivar al miedo estigmatizando la violencia política que sufrimos en los ochentas y noventas que dejó 70 mil muertos [según datos de la CVR]”, menciona.

“Cuando estamos en periodo de Gobierno regular [no electoral] lo que ocurre en el camino son protestas válidas, legítimas y justas que tiene la población por la falta de la presencia del Estado”, indica. Por ejemplo, recuerda el paro agrario de 2018, cuando los agricultores de papa protestaron por diversas deficiencias en el sector como el subcosto del kilo de su cosecha. Así también el ‘terruqueo’ alcanza a los conflictos mineros.

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“Hay una instrumentalización de lo que fue el conflicto y de la memoria, hay una voluntad política de un sector para avivar eso, y esto no necesariamente tiene que ver con el fujimorismo. Lo hemos vivido con Alan García, con el propio Alejandro Toledo donde también hubo huelgas o conflictos sociales e igual. Cuando están en el Estado ‘terruquean’ porque les sirve, porque es una herramienta que consideran eficaz”, alerta el antropólogo.

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Foto: Nacional
El entonces gerente general de la empresa SAFCO Perú, Benjamín Cillóniz, comparó la protesta del paro agrario de 2018 con la violencia terrorista.

El historiador Carlos Contreras sostiene que, en efecto, el objetivo deslegitimador del epíteto está inscrito en la “lucha política” porque, ante la acusación, el aludido se distrae de lo que quería decir realmente -de su mensaje más profundo- y ocupa tiempo en demostrar que no es lo que se le acusa, lo cual “distorsiona el debate”. “Su uso comienza a convertirse en abuso. Se ha acusado en estos últimos 20 años de terroristas a gente que no lo era”, señala.

“Calificar más bien a algún subversivo como terrorista es una perogrullada. Entonces, como existe un objetivo político, se tilda como terrorista a alguien que no ha cometido ningún acto subversivo”, específica Saravia. Por ello, no sorprende ver que la “gama de ‘terruqueo’” llegue a “grados inverosímiles” como que sectores conservadores descalifiquen así al presidente liberal, Francisco Sagasti, o a la jefe de su Gabinete, Violeta Bermúdez.

Héctor Béjar, sociólogo y también docente de la PUCP, anota una mirada distinta. En las dinámicas contemporáneas del denominado ‘terruqueo’, califica como de “verdaderos terroristas” a aquellos que infunden el miedo a la población: ya sea electoral o uno médico –como a las vacunas-. “Hay muchas formas. El terrorismo no es solamente poner bombas, es también infundir miedo a alguien”, sentencia.

Símil histórico
Apenas el siglo pasado, durante la polarización del mundo debido a la Guerra Fría con el “bloque capitalista con EE.UU. a la cabeza y el bloque comunista con la Unión Soviética”, la campaña ideológica para desprestigiar al bloque soviético fue tan fuerte, narra Contreras Carranza, que “los propios comunistas preferían usar otros términos, como socialista, o de izquierda radical”. Cosa distinta ocurrió con la palabra ‘guerrillero’.

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“Originalmente también era como un epíteto parecido a comunista. Los guerrilleros eran quienes querían tomar el poder por las armas, fusil en mano, pero es interesante como luego se romantizó un poco a raíz del Che Guevara y de que experiencia guerrillera misma terminó en América Latina [finales de los sesenta]”, asegura. “En este caso se le perdió ese estigma, ese carácter amedrentador y virulento que tenía la palabra”, añade el historiador.

En la década de los cincuenta, el senador Joseph McCarthy desencadenó un proceso denominado “caza de brujas” a sospechosos de comunistas.

De igual forma, en el siglo XIX se atacaba de ‘masón’ a alguien a quien se quería deslegitimar, muchos liberales fueron así tachados de ‘masones’: de tener “creencias extrañas con el Catolicismo”. En contraste, hoy más bien es una “palabra curiosa” que nadie utilizaría como ataque, afirma Contreras. Por su parte, el sociólogo Héctor Béjar retorna al siglo pasado para rememorar cuando los militantes apristas eran atacados y perseguidos.

A los apristas los acusaron de terroristas, de comunistas, en los años treinta. Ahí está el diario El Comercio que decía “Aprismo es comunismo, y comunismo es robo”. Ahí están los titulares a toda página. Año treinta, año cuarenta, los persiguieron, los metieron presos. Eso no es ninguna novedad. Estamos el 2021 y seguimos en lo mismo”, comenta a Pica News. Así también figuran los denominados “agitadores” durante el Gobierno militar.

Los términos tienen su época, refiere Contreras Carranza. “Me imagino que lo propio va a pasar con ‘terrorista’ pero todavía no ha llegado ese momento”, expresa. Además, del otro lado del espectro político del ‘terruqueo’ y a la orilla opuesta de Atlántico, apunta, acusar a alguien de ‘facho’ por sus posiciones de derecha o conservadora, asociándolo al fascismo italiano o al nazismo que hubo en Alemania, es también atacarlo.

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Proceso electoral
Por su parte, los tiempos electorales son otro cantar. El analista político Luiz Carlos Reátegui advierte que precisamente es en las campañas políticas donde se presencia “el auge y el retorno de los ‘terruqueos’”. “Elección tras elección regresan nuevamente por ambas partes los argumentos preparados en contra [del contrincante]”, explica. Sin embargo, considera que en anteriores campañas ‘el terruqueo’ “no ha funcionado”.

“El descontento de la gente por un Estado ausente es mayor. Desde hace 15 o 20 años, el elector peruano cada vez va entrando a una zona de mayor protesta, de mayor inconformidad, de mayor radicalismo porque elección tras elección no escuchan al interior, elección tras elección el Gobierno no mira al interior del país, no mejora su mercado interno, deja simplemente que sigamos en el piloto automático y a ver qué pasa, ¿no?”, plantea.

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Foto: PicaNews / Victoria Pineda
Civiles y víctimas del régimen de Alberto Fujimori protestaron el pasado 22 de mayo en contra de la candidatura de Keiko Fujimori. Muchos son tildados de ‘terroristas’.

Reátegui recuerda que, durante la primera vuelta electoral al 11 de abril, hubo una difusión agresiva contra la candidata de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, “tildándola de radicalista, de comunista, de lo peor”, y, sin embargo, “a la luz de los resultados”, hoy “toca escoger entre una opción incluso aún más dura”.

El escenario actual confronta entonces a un maestro, exdirigente de la huelga magisterial de 2017 cuya vocería ese año fue elegida por el Conare-Sutep, de vínculos con el Movadef, y una candidata favorita de segunda vuelta cuyo partido es acusado de organización criminal y corrupción, entre otros delitos. Además, nos confronta, una vez, a los calificativos hacia ambos aspirantes a la Presidencia y hacia quienes ya decidieron su voto o su antivoto.

Aunque el candidato de Perú Libre ha rechazado vínculos con Sendero Luminoso o el Movadef, organización que busca la amnistía de Abimael Guzmán, contrasta el hecho que el partido por el que postula haya colocado en el Congreso a Guillermo Bermejo, ciudadano investigado por una presunta filiación a los Quispe Palomino en el Vraem, grupo narcoterrorista salido de las huestes de Sendero.

Respecto a la relación entre Castillo y el Movadef, el antropólogo y periodista Gerardo Saravia explica que, en el marco de la huelga magisterial, esta fue de “mutua utilización” ya que para el Movadef, que tiene pocos integrantes en el sindicato, “no era estratégico poner a ninguno de sus activistas [a presidir la protesta] y tuvieron que apoyar a alguien como Castillo”. “Eso no significa para nada que [él] comulgue con esas ideas”, advierte.

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“Castillo es más bien una persona bastante pragmática, es conservador, tiene cierto discurso populista, pero no es doctrinario para nada”, suscribe. Así tampoco Reátegui vislumbra “mayor peligro ni un giro de 180° a las políticas económicas o sociales o de estatización en el Perú, ya sea por el congresista electo o por la propia bancada, pues en el próximo Congreso solo habrá dos agrupaciones marcadamente de izquierda: Juntos por el Perú y Perú Libre.

Aunque ninguno de los científicos sociales consultados observa en el candidato del lápiz una amenaza senderista, los cuestionamientos, las discrepancias, las diferencias ideológicas, económicas y políticas pueden y deben existir. Sin embargo, como afirma el historiador Carlos Contreras, “debemos aprender a debatir con altura, con respeto por los demás, tratando de no distorsionar tramposamente al opositor o deslegitimarlo”.

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Foto: Andina
Ante la falta de Estado, los peruanos apuestan por posturas cada vez más radicales, lo que podría llevar a que Antauro Humala sea presidente en el 2026, asegura el analista político Luiz Carlos Reátegui.

En su calidad de docente, Saravia propone hacer pedagogía cada vez que se ‘terruquee’, y no señalar a otro como terrorista [para deslegitimar], pues se cae en un círculo vicioso del ‘terruqueo’. Además, dejar de criminalizar la protesta y afirmar que están ahí los subversivos; de lo contrario, no se la comprenderá a profundidad:“no se originan porque hayan cuatro gatos con ideas radicales, se originan porque existen problemas estructurales”, menciona.

“Los dirigentes responden a la gente que está demandando al Estado porque no sienten que el crecimiento económico los haya beneficiado”, añade. Por ello, Luiz Carlos Reátegui apunta a que, encaminados en el siglo XXI, en lugar de hablar de izquierdas, derechas o centros, apuntemos a los indicadores que determinan el desarrollo del país: reducción de pobreza, analfabetismo, desnutrición.

Así, la conmemoración del Bicentenario de nuestra independencia, nos encuentra con un país polarizado producto de los resultados electorales y con una pandemia de coronavirus como cereza del pastel, afirma Carlos Contreras. Aunque los historiadores, y buena parte de la población, creían que este sería un momento de unión, gran comunión, reflexión, pero también celebración, hoy todo un poco se ha empañado.

Se parece a un autosabotaje. Se ha hecho trizas nuestro sueñode conmemoración gratificante. Es como si nos obligara a un examen más doloroso o una especie de introspección, que puede ser útil también”, delinea Contreras. Toca entonces adoptar una postura más reflexiva y hacer un examen introspectivo sobre por qué “hasta cierto punto” hemos fallado en construir referentes que más bien nos unifiquen y no nos dividan.

Hay que guardar el confeti, hay tarea por hacer.

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